Delectura

Un destello de luz Louise Penny

Quiero pasar la Navidad donde Emilie, una casa antigua que huele a tomillo, romero y mandarina; cenar coq au vin con Armand Gamache, el inspector jefe de Homicidios de la Sûreté du Québec y charlar con Reine-Marie. Quiero llegar al bistrot de Olivier en Three Pines, un pueblo inmune a la pena, a la muerte y el dolor siguiendo el aroma a café fuerte y beicon ahumado al arce; y que Gabri me enseñe el villancico hurón en la fonda tomando una sidra con un trocito de canela en rama. Quiero escuchar a Ruth soltar improperios a los niños que juegan al hockey, en el banco de la plaza con la pata Rose sobre el regazo. Quiero preguntarle a Gilles qué sintió al oír llorar aquellos árboles. Y quiero ir a la librarie de Myrna y robarle en préstamo La balada del viejo marinero de Coleridge. Me imagino allí sentada en la butaca de su buhardilla con un gorrito hecho a mano para el invierno más cruel. En el momento en que lee en voz alta el desenlace sobre la muerte de Constance Pineault, como en un cuento de fantasmas. Voy asimilando, finalmente, lo que presentía páginas atrás mientras Thérèse, la superintendente Brunel, mira por la ventana esperando que la muerte o algo peor llame a la puerta.

Me he enganchado a esta serie policíaca canadiense por cómo sus personajes huidos y abandonados se arremolinan fielmente alrededor de Gamache, desprendiendo un calor, una chifladura y una bondad capaces de alejar cualquier oscuridad. Y también porque dos tramas ligadas en verso comparten un sendero que va a parar a un mismo lugar. Allí abajo en el valle, donde se encuentran el final de camino y un nuevo comienzo para unos viejos marineros cansados.

«¿Quién te lastimó antaño / hasta tal punto que ahora / a la insinuación menor / tuerces el gesto irritada?» *

Constance Pinault se despojó de su albatros y se despidió de Myrna Landers, à bientôt. La vieja anciana de 77 años no volvió. Y ahora Myrna necesita que su amigo la encuentre. Para el inspector jefe Armand Gamache resolver el asesinato de la reservada y misteriosa Constance implicará retroceder a través de los recuerdos vagos de los que aún están vivos y navegar a la deriva entre fotografías, películas y documentos. Investigar la historia de peregrinación, penitencia y expiación de un mito supondrá revelar, al final, la verdad de un fenómeno insólito de los ’40 revestido de milagro durante la Gran Depresión.

«¿Se encontrarán de nuevo los perdonados y los indulgentes / o será, como ha sido siempre, demasiado tarde?» *

La codicia sin escrúpulos se ha apropiado de la superintendencia de la Sûreté, en manos de Sylvain Francœr. La unidad de homicidios se desmorona y se desintegra. De su amigo y compañero Jean-Guy Beauvoir solo han sobrevivido el odio y el rencor. Al lado de Gamache permanece la inspectora Isabelle Lacoste, pero incluso ella duda y observa como el prestigio del jefe se desvanece, como su personalidad se debilita, como su claridad se oscurece.

«Armand creía que la luz barrería las tinieblas, que la amabilidad era más poderosa que la crueldad y que la bondad existía incluso en los lugares donde reinaba mayor desesperanza. Creía que el mal tenía sus límites. Pero ante aquellos hombres y mujeres jóvenes que lo observaban ahora, y que no habían hecho nada al ver que algo terrible estaba a punto de ocurrir, se preguntó si podía haber estado equivocado todo el tiempo.»
Un destello de luz, Louise Penny. Trad. Patricia Antón de Vez. Ediciones Salamandra, 2019.

Pero la salvación y la destrucción pueden ser muy parecidas, incluso necesitarse la una a la otra. Mientras Gamache tropieza con las mentiras de la memoria, mantiene la tapadera perfecta para permanecer en una zona muerta. En Three Pines se detiene el tiempo, como si la última vez fuera eternamente ayer. El inspector vuelve a este lugar siempre tranquilo como si pudiera sanar y aligerar cualquier carga con su leve y ligero movimiento de charlas bañadas en chocolate.

Y así es. “Confía en mí. Todo irá bien”, dice Gamache en repetidas ocasiones. El jefe es de los que hacen todo lo que sea necesario, pero no antes de que sea necesario. No seré yo quien impida con mi cháchara que disfrutes de esta novela, especialmente si no has leído nada aún. Yo, por mi parte (si ya sigues la serie te lo puedes imaginar), tengo unos viajes pendientes a Three Pines, a ver qué tal andan las cosas.

* Versos del poema “¡Ay!” de Ruth Zardo, una poeta amargada con el alma y corazón solo aparentemente envenenados.

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Comentarios publicados

Hola familia, aquí un auténtico y leal seguidor de Gamache, esperando poder viajar muchas veces más a Three Pines. ¡Soy adicto a esta serie!

Carlos Alberto

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