Delectura

El hombre del revés Fred Vargas

Monos, lobos y algunos monstruos.

Qué corta se te puede hacer una semana si amaneces un lunes en Chicago y te acuestas el jueves en las Gargantas del Daluis. Qué diferentes pueden ser dos novelas que comparten el gusto por los rituales, los ecos del pasado, la sed de venganza y el pecado de impaciencia. Primero leí El Cuarto Mono de J.D. Barker. Inmediatamente después El hombre del revés de Fred Vargas. Había pasado por delante el hype. Básicamente el bombo había arrollado una lectura ya de por sí aplazada, la de Vargas. Ahora debo reconocer que postergarla fue algo injusto que sucedió por ignorancia inconsciente. Son cosas que pasan.

El Cuarto Mono merece una recomendación, desde luego. Es un libro rápido y adrenalínico. La metropolitana de Chicago al completo. Con su criminalística, sus forenses y sus analistas, muy metódico todo. Un equipo de investigación bien avenido, con sus complicidades, liderado por el detective de homicidios Sam Porter, siempre acelerado y a contrarreloj. Al rescate de la última víctima de un asesino sádico, narcisista y megalómano, amante de la dramatización.

La representación de la idea de los tres monos sabios (Mizaru «No veas el mal», Kikazaru «No escuches el mal», Iwazaru «No pronuncies el mal») al que se le añade el cuarto (Shizaru «No hagas el mal»), como penitencia por los actos cometidos es un imán. Vaya, que te atrapa. Además, El Cuarto Mono es de aquellas trilogías que antes de terminar introduce una segunda cita apetecible. Y tarde o temprano me acabaré animando, seguro, aunque ahora mismo me siento más atraída y tentada por un encuentro con Joona Linna y Jurek Walter en Lazarus de la serie de Lars Kepler.

(Paréntesis) El Kraken. Me desvío y me acerco a Vitoria un momento a visitar a sus bestias. Por un instante, Sam Porter me recordó (un poco) a Unai, el inspector de La Ciudad Blanca de Eva García Sáenz de Urturi. Tal vez el aire que se dan provenga de ciertas malas pasadas de la mente y el corazón. De un trastorno temporal de responsabilidad y culpa que reposa sobre las sábanas, un duro episodio personal que lo nubla todo. No obstante, las formas de nubosidad son radicalmente distintas, igual que la temperatura de ambas novelas. Y la sombra del Kraken es muy alargada.

Aviso, si eres fan de la Ciudad del Viento como una servidora, debes saber que Chicago no es a El Cuarto Mono, lo que Vitoria a La Ciudad Blanca. Ni por la parte, ni por el todo. ¿Ese miasma extraordinario de escenarios, historias y personajes que crea Eva García Sáenz de Urturi? Ni por asomo. Aquí céntrate en los monos y disfruta.

La Bestia del Mercantour

Y ahora sí, termino despeñándome por El hombre del revés. He caído en las garras de Fred Vargas y su magnetismo atmosférico. No puedo decirlo de otro modo. Un niño, un viejo y una mujer persiguiendo a un carnicero, a un vampiro o a un lobo (lo del vampiro es metafórico, lo del lobo no). Como si de una road movie se tratara, esta camarilla de lo más ecléctica atraviesa pueblos de pastores y gente «guarrindonga» (el adjetivo no es mío sino de Lawrence) en una ganadera que apesta a mierda y lana. Es grotesco, parece peligroso y tiene un punto algo siniestro. Una amalgama tan reconfortante como un hogar.

Un día aparecen cuatro ovejas degolladas en Ventebrune, luego nueve destrozadas en Pierrefort, después una matanza en Les Écarts. Algo está atacando y no para alimentarse. En el supuesto caso que sea un lobo, la bestia está rabiosa como un hombre. Lo que ocurre en ese cantón de los Alpes – Maritimes llama la atención del comisario Adamsberg, para quien «Los lobos son sombras solemnes del pasado».

«Toda su infancia pirenaica había estado envuelta en las voces de los viejos que contaban la epopeya de los últimos lobos de Francia. Y cuando recorría la montaña por la noche, con nueve años, cuando su padre lo enviaba por los caminos a recoger leña menuda, sin discusión, creía ver sus ojos amarillos seguirlo por los senderos. Como tizones, hijo, son como tizones los ojos de los lobos en la noche.»
El hombre del revés, Fred Vargas, Ed. Siruela 2011, trad. Anne-Hélène Suárez Girard.

Jean-Baptiste Adamsberg es de aquellos policías «con muchos escrúpulos y pocos principios» que se mantienen a un ritmo constante, lento. Pertenece al grupo de los indolentes: los que ni se ponen nerviosos, ni se relajan. Es de aquellas rarezas a las que las ideas les penetran por la piel. Porque no las busca, las ideas, las espera «como el flotar de un pez muerto». Es un camuflaje de lo salvaje en el que la experiencia arremete contra el procedimiento provocando irritación y fascinación para acabar derivando en un efecto balsámico.

«Su adjunto Danglard lo miraba, un tanto desolado. (…) Danglard nunca había podido captar la lógica singular que guiaba las elecciones de Adamsberg. Para él, de hecho, no se trataba en ningún caso de lógica, sino de una anarquía perpetua tejida de sueños e instintos que llevaba, por vías inexplicadas, a resultados innegables.»
El hombre del revés, Fred Vargas, Ed. Siruela 2011, trad. Anne-Hélène Suárez Girard.

Jean-Baptiste no acudirá hasta la llamada de Camille. ¿Y quién es Camille Forestier? Es una música fontanera, una mujer audaz que ha optado por desaparecer en un pueblo de los Alpes y vivir con un periodista canadiense que estudia a los lobos (Lawrence). Un suceso lo cambia todo y decide subirse a un camión que huele a perro, mugre de lana y sudor. Está dispuesta a conducir la chatarra de la ganadera por la carretera más elevada de Europa y llevarla hasta el fin del mundo, si es preciso, para atrapar a un ser que por la noche se invierte, cuya piel velluda reaparece, un hombre del revés.

Lo que me ha convencido en verdad en esta novela a veces inquietante está escondido tras la trama. En los silencios intensos que preceden conversaciones singulares, en las palabras afiladas, en su mordedura y en la austeridad del remedio casero elaborado a base de mitos, que contiene gendarmes y que deja un sabor algo amargo de café. Una serie con pasado, presente y futuro que se lee con vino blanco de Saint-Victor.

«Respeto debido a los viejos, honor a los débiles»

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